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30 de junio de 2009

Antes de mi abuelo fallecer dejó requeté dicho que quería que una vez dejase este plano, su cuerpo debía de ser cremado y enterrado junto al de su hijo, mi padre. Así la cosa, cumplimos sus deseos. Lo velamos justo un día y esperamos pacientemente por que nos dieran sus cenizas. Cómo en esta vida tropical hasta después de muerto hay que esperar, pasó una semana para que nos dieran lo que teníamos que enterrar. Fue en este momento que empezó la crónica.
Luego de andar en una mesita dentro de un cofre de metal por otra semana en su casa…la abuela se levantó un día, llamó a todos y nos dijo: El lunes a las 2:00pm enterramos al abuelo! Walter, el mejor amigo de mi abuelo, había encargado a un artesano, tallarle una cajita en caoba para guardar parte de las cenizas y enterrarlas en el bosque Caguana, bajo una Ceiba que mi abuelo sembró cuando diseñó el bosque. Así la cosa, la cajita quedó tan linda que mi abuela se negó a enterrarla en la ceiba, pero a su vez era demasiado pequeña para guardar todas las cenizas…así que llamó y dijo: Traigan una cajita de bolsas “ziploc” antes de irnos al cementerio.
Sugeily, me fue a recoger a mi trabajo, dónde a su vez yo recibía una lectura filosófica por parte de mi jefe sobre la vida, el espíritu y Buddha, ya para cuando fuimos a buscar las dichosas “ziploc” estábamos atrasadas (sin contar de que me emperré en pasar antes por el correo). Le dije a Su que abuela no estaría lista, pero ella iba confiada en que por primera vez “Los Rodríguez” no llegaríamos tarde…era el entierro del abuelo!
Llegamos a la casa y para nuestra sorpresa uno de los nietos, el que posee el Don de la parsimonia, se había levantado con ganas de hacer barbacoa, así que ni corto ni perezoso puso el grill en el patio frente a la casa y descalzo se puso a cocinar. Faltaba una hora para el entierro y mi abuelo seguía en el mismo lugar de la sala desde hacía ya una semana…mi abuela en cambio estaba en la cocina con una copa de vino. Resulta que le andaba echando una yema de huevo al vino y así se lo tomaba. Le dije que era mucho más saludable si lo hacía con jugo de uva y lo batía…en fin, me miró y prosiguió a tomarse su copa de tinto. Luego de esto nos dio un cucharón amarillo chillón, el cual leía: “Florida” y tenía dibujado unas chinas y la geografía del estado y nos dijo que abriéramos el cofre y repartiéramos parte de las cenizas en dos de las bolsas “ziploc”. Sugeily no dejaba de pensar que ese polvo gris con pedacitos de huesos era El Abuelo y que estaríamos dividiéndolo para meterlo en las dichosas bolsitas con un cucharón suvenir; así que me tocó a mí la hazaña de repartirlo. Terminado esto, abuela nos dijo que se quedaría con la cajita del artesano y que pusiéramos una de las bolsitas dentro de ella y la otra bolsita se la diéramos a Walter al llegar al cementerio. Ya faltaban 15 minutos para la hora del entierro y allí seguíamos, con el primo y su parsimonia en la barbacoa, abuela hablando de la buena selección de bolsitas ziploc que hicimos, Sugeily llorando por que andábamos dividiendo Al Abuelo y yo pensando en que debí haber aceptado la copita de vino que abuela me había ofrecido.
Sugeily me encargó cargar con las cenizas y yo más que nerviosa por no tropezarme y acabar llenando la Ave. San Patricio de pedazos de abuelo. De camino, en un frenazo por poco se cae todo y a partir de ahí decidí llevarlo en la falda. Fue en este momento que me dí cuenta que abuelo, famoso por su sentido del humor y sarcasmo, estaba disfrutando la falta de logística y surrealismo que cargamos en la familia, así que saqué mi ipod, busqué a Seu Jorge, me puse un audífono y el otro lo pegué al cofresito y así le dije adiós a las cenizas del abuelo, entre bocinazos, retrazos y hoyos. Llegamos con 20 minutos de atraso, le despedimos con anécdotas y le dimos las gracias, ya para cuando lo íbamos a enterrar con mi papá, Walter había cogido su bolsita “ziploc” y se había puesto Al Abuelo en el bolsillo de su camisa…Luego de pasado todo, fuimos a comer y en una ocasión escuché a mi abuela decir lo mucho que mi abuelo hubiese disfrutado vernos todos juntos comiendo y hablando en familia y fue ahí cuando Walter, el mejor amigo de mi abuelo, se tocó su bolsillo en la camisa y dijo: “No te apures Neri, que él está aquí con nosotros”. Creo que fui la única que se dio cuenta que el comentario de Walter no era para nada abstracto/espiritual sino que andaba en el Resataurante, con mi abuelo en su bolsita ziploc ubicado en el bolsillo de su camisa mientras tomabamos el café…Sólo espero que recuerde la bolsita a la hora de hacer el loundry.
Ahora anda el abuelo descansando en 3 espacios a la vez y sé que más que felíz por tan lindo número...y por qué al final la abuela guardó un pedacito de él dentro de una caoba <3

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